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Las emociones están sobrevaloradas… ¿o no?

Hace un tiempo me di cuenta de que mi madre vivía con dolor de estómago y un sinfín de achaques en los intestinos. Los doctores repetían la misma cantaleta: “es el estrés”. Pero nadie se detenía a explicar que “estrés” no es exactamente una emoción ni que existen caminos concretos para disminuirlo. Todo quedaba en el aire, como si fuera un destino ineludible.

A mí me diagnosticaron TDAH y, de pilón, analfabetismo emocional. O sea, mi gama de emociones se reducía a estar feliz, triste o enojado. Punto. Y ahí descubrí algo crucial: las emociones también se aprenden. ¡Neta! Fue leyendo un diccionario de emociones y ahondando en la neurociencia cuando noté que en cada cultura hay emociones específicas que ni siquiera sabía que existían. ¿Cómo iba a sentir algo que no sabía que podía sentir?

Me acuerdo mucho de la emoción que me invade cuando pienso en mi hijo y en las ganas de pasar más tiempo con él, pero también en la necesidad de trabajar para darle sustento. No es ansiedad ni estrés; es un anhelo que me produce una mezcla de satisfacción y motivación. Si le rascas un poco, los alemanes tienen un término que podría acercarse a esto: “Sehnsucht”, que describe un anhelo profundo por algo que no puedes tener de inmediato, pero que te impulsa a seguir adelante. Podríamos decir que no es enchílame-otra, sino un matiz más refinado dentro de la paleta emocional.

Ahora, en mi caso, el ateísmo jugó un rol grande para liberarme de ciertas culpas que a veces se relacionan con dogmas religiosos. Sin esa carga de “pecado” o “castigo divino”, pude explorar emociones con mayor apertura, sin pensar que eran buenas o malas, sino simples reacciones químicas en mi cerebro. Como decía Lisa Feldman Barrett en La vida secreta del cerebro, nuestras emociones se construyen a partir de nuestras experiencias y conceptos previos. Si no tienes el concepto (o el “diccionario”), difícilmente sabrás que existe esa emoción.

¿Y el estrés qué onda? Muchas veces lo confundimos con la emoción de miedo, o creemos que es un sentimiento per se. En realidad, el estrés se relaciona con la liberación de cortisol, que puede inflamar tu cuerpo y desencadenar problemas de salud —justo como en el caso de mi madre. En libros como Cerebro de Pan (de David Perlmutter) se ve cómo la inflamación, ya sea por mala alimentación o por factores emocionales, afecta el sistema nervioso. La cosa es que nos han vendido la idea de que todo lo solucionan unos rezos o “échale ganas”. Pero hay mucha ciencia detrás que demuestra cómo la nutrición (sí, la dieta keto ayuda a reducir la inflamación) y la gestión de pensamientos pueden cambiar drásticamente nuestro panorama.

Como soy un coach ontológico medio necio, no puedo dejar de cuestionar el típico dicho de “El corazón no se equivoca”. A ver, los pensamientos generan emociones, y las emociones influyen en nuestras decisiones; si estás clavado en un ciclo de pensamiento negativo, pues claro que tu “corazón” puede meter la pata. No es que seamos robots sin sentimientos, pero sí conviene darnos cuenta de que tenemos el poder de reinterpretar cada emoción.

Por eso, en mi rutina diaria trato de entrenar tanto mi cuerpo como mi cerebro: levantar pesas hora y media y cuidar lo que pienso. ¿Llega una idea oscura? La identifico y la desecho conscientemente. Es la misma lógica de la dieta keto: soy selectivo con lo que consumo, ya sea comida o pensamientos. Y esto no es magia ni espiritualidad; es simplemente neurociencia y disciplina.

Si algo quiero dejar de reflexión es que las emociones no son entidades mágicas, sino procesos químicos y culturales. No son buenas ni malas, son herramientas que, bien entendidas, nos permiten vivir la vida con todos sus matices (o, como me gusta decir, con todo y la pinche paleta de colores). Aprender a nombrar y a darle espacio a cada emoción hace una diferencia brutal en cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.

Así que, la invitación es: ábrete a descubrir nuevas emociones, con tu propio diccionario a la mano y sin el estigma de la culpa religiosa o el conformismo de pensar “así soy y ya”. Cuestiónalo todo, experimenta y, sobre todo, no dejes que el estrés sea el centro de tu existencia. Como diría el refrán —con su toque de sorna—: “El corazón sí se equivoca… cuando la mente está en babia”.

Al final, cada uno es un chingón (como diría ese libro motivacional), con la capacidad de construir sus emociones y cuidar su salud. Que tus pensamientos no te arrastren; mejor úsalos a tu favor. Y si un día te sientes desbordado, recuerda: ninguna emoción se queda para siempre. Sólo necesitas empezar por el principio: reconocer qué demonios estás sintiendo, cuestionarlo y abrazar la posibilidad de experimentar algo nuevo. ¡Porque de eso va la vida, no de estancarnos en la misma jalada de siempre!

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