• Home
  • Life
  • Creer sin pensar: herencias que pesan
InLife

Creer sin pensar: herencias que pesan

Hay preguntas que parecen inocentes, pero esconden todo un juicio.

—¿Y ya lo bautizaste?
—¿Y cuándo lo vas a llevar a misa?
—¿Y si se muere, qué pasa con su alma?

Yo sonrío. A veces explico. A veces no. Porque detrás de esas preguntas no hay curiosidad. Hay miedo. Hay costumbre. Hay esa urgencia de reafirmar que uno está en lo correcto simplemente porque es lo que ha hecho “todo el mundo, toda la vida”.

Pero yo no quiero educar desde el miedo ni la costumbre.
No quiero heredar ritos que ni siquiera entiendo.
No quiero perpetuar dogmas que solo sostienen la fachada, pero no la verdad.

Me han dicho que “bautizar no le hace daño a nadie”. Que “por si las dudas”, que “uno nunca sabe”, que “así debe ser”. Pero… ¿así debe ser por qué? ¿Por tradición? ¿Por presión familiar? ¿Por si acaso existe un infierno y Dios se ofende si no mojamos la cabeza del bebé a tiempo?

¿Sabías que el limbo, ese lugar donde supuestamente iban los niños sin bautizar, fue eliminado oficialmente en 2007 por el Vaticano?
Así, sin más. De un plumazo. Como si la salvación eterna pudiera modificarse con un memorándum.

¿Y sabías que el credo, que millones repiten de memoria, dice que Jesús “descendió a los infiernos”, pero también que resucitó al tercer día y que volverá al final de los tiempos? Entonces… ¿en qué momento empieza la vida eterna? ¿Existe ya el cielo o estamos todos en una especie de sala de espera cósmica?

El problema no es creer.
El problema es creer sin saber por qué.

Y no es un tema de fe. Es un tema de honestidad.
Yo no quiero que mi hijo crea lo mismo que yo. Quiero que piense. Que dude. Que se haga sus propias preguntas.
Y para eso, necesito empezar por no darle respuestas automáticas.

Me molesta más que me juzguen por no bautizarlo que lo que me enseñaron que era el “pecado original”. Me molesta que la fe se haya vuelto una especie de manual social obligatorio, como si vivir sin religión fuera una falla moral. Como si no creer fuera peor que mentir.

Tal vez no hay cielo ni infierno. Tal vez no hay alma que salvar ni pecado que lavar.
Pero sí hay una vida que vivir con autenticidad. Y eso, para mí, es sagrado.

Antes de criticar una postura de vida, una filosofía o una creencia, hay que entender primero las mentiras que necesitamos creer para no desmoronarnos.

No estoy buscando tener razón. Solo quiero que pensemos. Que seamos conscientes de lo que repetimos, de lo que enseñamos, de lo que imponemos. Porque si a mí me costó años salirme de ese molde, no voy a meter a mi hijo en él solo para que los demás estén tranquilos.

Deja un comentario