A veces la gente dice cosas con la mejor intención. Frases que buscan consuelo, alivio, sentido.
Desde que me fracturé el talón, he escuchado varias veces:
“La vida te está pidiendo que frenes”,
“Es una señal para que te des una pausa”,
“Dios quiere decirte que le bajes”.
Y aunque entiendo de dónde vienen esas palabras… la verdad es que no encajan. No al menos con lo que viví.
Porque una pausa suena a descanso, a aire, a espacio. Y esto fue otra cosa.
Esto fue despertarte en una camilla con la pierna abierta, pasar tres meses sin poder caminar, depender de otros para cosas tan básicas como bañarte o ir al baño. Fue mirar tu cuerpo y sentir que ya no te pertenece. Fue dolor físico, sí, pero también emocional, mental… existencial.
A los dos días de salir del hospital me quité el parche de morfina. No solo por aguantar vara, sino porque empecé a no reconocerme. Una semana bajo anestesia y tu mente se empieza a nublar. Me dolía más perder el control de mi cabeza que el talón. Y fue justo ahí cuando lo pensé por primera vez: “¿Cómo le voy a hacer?”
No solo por el trabajo, o por los pendientes de la casa, sino por todo. Por la carga emocional, por la incertidumbre, por esa sensación de que te quitaron algo que dabas por hecho: moverte, caminar, decidir.
Y aún así, no paré. Porque aunque mi cuerpo estaba limitado, mi vida no lo estaba. La renta seguía, los pagos seguían, mi hijo seguía necesitando. La vida no se puso en pausa solo porque yo no podía caminar. Así que tuve que seguir desde donde podía: desde mi cabeza, desde mi actitud, desde la voluntad.
Revertí un déficit en la empresa. Mes a mes cumplí con mis responsabilidades. Aprendí a pedir ayuda, a dejarme cuidar, a mostrarme vulnerable. Especialmente con mi esposa. Y créeme, eso también dolió, pero distinto. No estoy acostumbrado a abrirme, ni siquiera con la gente más cercana. Pero esta vez no había opción.
Al principio, mi casa estuvo llena. Familia ayudando, trayendo cosas, acompañando. Pero luego el flujo fue bajando. Y no lo digo como reproche. Es la vida. Cada quien sigue su camino. Lo que sí me dejó claro es que el círculo que se queda, el que aguanta, es muy pequeño. Y valioso.
Hoy, todavía camino con molestias. El dolor ya no es intenso, pero sigue ahí. Persistente. De esos que te pueden amargar si no estás atento. Pero también es un recordatorio. De que aguanté. De que no me quebré. De que pude seguir, aunque no tenía ganas, ni fuerza, ni suelo firme.
Y por eso, cuando alguien me dice que esto fue una pausa, solo sonrío. Porque no fue pausa. Fue maratón. Uno que empezó con un balazo en el pie. Y aún así… lo estoy corriendo.
¿Y tú? Estás esperando una señal amable para cambiar, o vas a necesitar que la vida te desgarre primero?