3ª entrega de la serie: Criar sin repetir la historia.
A veces ser padre no duele por lo que se vive, sino por lo que se recuerda.
Porque cuando estás en medio de un berrinche, con el cuerpo cansado y el día encima, no solo estás lidiando con un niño de tres años que no quiere bañarse… estás lidiando con el eco de tu infancia. Con esa voz interna que aprendiste de chico. Esa que grita cuando tú ya no puedes más. Esa que quiere imponer, callar, obligar. La que dice: “¡ya, a dormir!” sin pensarlo dos veces.
Y justo ahí, en ese umbral emocional donde te juegas todo, aparece la decisión más importante de la crianza: ¿reacciono como me enseñaron o respondo como quiero que él me recuerde?
Yo me lo repito seguido. Sobre todo en esas escenas que se repiten a diario.
Cuando Santi no quiere meterse a bañar porque está concentrado jugando, no me voy directo al grito. En vez de eso, le ofrezco opciones. Le doy margen. Le doy voz. Le pregunto: “¿quieres llevarte el monster truck rojo o el verde a la regadera?”
Y no, no siempre funciona a la primera. Pero lo que sí funciona —y cada vez más— es que se siente parte del acuerdo.
Hoy, a sus tres años, ya propone el orden de baño en casa. Me dice:
“Primero te bañas tú, luego mamá y luego yo. Así juego un ratito más.”
Negocia. Participa. Argumenta. Y eso no se dio por arte de magia.
Fue un proceso. Uno lleno de rabietas, de cansancio, de días en los que la paciencia se me acababa. Pero también lleno de validación, de tiempo, de contener en vez de imponer.
Y lo mismo pasa a la hora de dormir. A veces me pide canciones movidas para relajarse. Antes yo pensaría: “¡No, esas lo van a activar más!” Pero aprendí a confiar. Le pregunto si esa canción le ayuda a dormir, y si me dice que sí, la dejamos. Le marco el límite: es hora de descansar. Y sí, se duerme. Pero se duerme sabiendo que su voz importa. Que no le apagué la emoción, solo le ofrecí un camino con sentido.
Porque eso es ser un lugar seguro:
es darle a tu hijo el permiso de ser, sin miedo a que lo corrijas por existir.
Es que sepa que pase lo que pase, puede regresar a ti. No solo para que lo abraces, sino para que lo escuches de verdad.
Y no es fácil. No es cómodo. Porque muchas veces el niño interior que fuimos también quiere que lo escuchen, que lo validen, que lo abracen. Y si no lo has trabajado, es ese niño el que responde cuando tu hijo te desborda.
Pero cuando te haces cargo, cuando te detienes en medio del caos, cuando eliges regularte en lugar de estallar… no solo estás criando a tu hijo. Estás sanando a tu niño también.
Para mí, pocas cosas son tan gratificantes como que Santi me espere para dormir abrazado. O que, si estoy de viaje, me llame para contarme sus aventuras del día. Porque eso no se enseña, eso se construye con presencia. Con constancia. Con vínculo.
El lugar seguro no es estar siempre.
Es estar de verdad cuando estás.
Es no retirarte emocionalmente solo porque estás cansado.
Es ofrecer calma, incluso cuando tú mismo tienes tormenta.
Y por eso hoy te pregunto:
¿Tu hijo se siente más acompañado… o más corregido?
¿Está creciendo con voz… o solo aprendiendo a callar?
¿Estás educando desde tu calma… o desde tu herida?
Herramienta
Referencias para seguir explorando:
- Bowlby, J. (1988). A Secure Base: Parent-Child Attachment and Healthy Human Development. Basic Books.
- Ainsworth, M. D. S. et al. (1978). Patterns of Attachment: A Psychological Study of the Strange Situation. Lawrence Erlbaum Associates.
- Siegel, D. J. & Bryson, T. P. (2011). El cerebro del niño: 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en desarrollo de tu hijo. Editorial Alba.
- Perry, B. D. & Szalavitz, M. (2006). El chico al que criaron como un perro. Gedisa.
- Perry, B. D. & Winfrey, O. (2021). ¿Qué te pasó? Conversaciones sobre trauma, resiliencia y sanación. Diana.
- Perry, P. (2019). El libro que ojalá tus padres hubieran leído (y que a tus hijos les encantará que leas). Editorial Planeta.