Las frases que nos entrenaron sin pedir permiso

2ª entrega de la serie: Criar sin repetir la historia.

A veces no fue el grito, ni el golpe, ni la ausencia. A veces fueron solo frases. Frases lanzadas al aire, casi como parte del paisaje, que se nos metieron sin pedir permiso y se quedaron a vivir en nuestra cabeza. A veces ni siquiera recordamos cuándo las oímos por primera vez, pero ahí siguen, dictando cómo reaccionamos, cómo nos hablamos a nosotros mismos y cómo tratamos a los que amamos.

Frases como “esta es la vida que nos tocó”, que lejos de ser consuelo, funcionan como un candado emocional. Un mensaje oculto que dice: no sueñes, no cuestiones, no esperes más. O esas otras como “cuando tú pagues, tú decides” o “el que paga, manda”, que establecen jerarquías de poder basadas en dinero, no en respeto. O el clásico “así soy yo, así me hicieron” que detiene cualquier intento de evolución personal.

Cuando hablo con otros padres —o incluso cuando me escucho a mí mismo— me doy cuenta de que muchas de estas frases siguen ahí, escondidas detrás del cansancio, del hartazgo, de la frustración. Salen cuando más vulnerables estamos, como reflejos automáticos. Y lo grave no es solo que las digamos… sino que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta.

En la entrega anterior hablé de cómo ser un “lugar seguro” para nuestros hijos y del poder de hacernos responsables de nuestras reacciones emocionales. De cómo detenernos en medio del caos para no lastimar con el tono, el juicio o el impulso. Si no la has leído, te invito a hacerlo. Es el punto de partida para entender por qué la forma en que hablamos no solo educa: también construye o destruye mundos internos.

Porque como bien dice Brené Brown:

“La forma en que hablamos a nuestros hijos se convierte en su voz interior.”

Y si esa voz se llena de burlas, sarcasmo, descalificación o resignación, ¿cómo esperamos que crezcan con seguridad, pensamiento crítico o capacidad de cuestionarse lo que no les hace bien?

He escuchado a adultos —y no tan adultos— burlarse abiertamente de los defectos de los niños de su familia. Lo hacen con risa, frente a todos, como si fuera algo gracioso. Como si no pasara nada. Pero sí pasa. Porque esas palabras, aunque se digan “jugando”, duelen. Se quedan. Marcan.

Y no se trata de vivir con miedo a cada palabra que usamos. Se trata de hacer conciencia. De entender que lo que decimos —y cómo lo decimos— deja huella. Como lo explica Luis Castellanos en La ciencia del lenguaje positivo:

“Las palabras no solo describen la realidad, la transforman. Lo que nombramos cobra vida.”

Si criamos niños con frases prestadas, sin pensar en el mundo que estamos activando en sus mentes, entonces no estamos educando: estamos condicionando.

Yo mismo crecí con muchas de esas frases. Algunas las he tenido que desaprender con trabajo personal, otras todavía me salen cuando menos quiero. Especialmente en temas como el dinero, el control, la obediencia. Y sí, reconozco que parte de lo que soy se formó por esas frases. Algunas me sirvieron, otras me costaron años de inseguridad, miedo o culpa.

Y eso me lleva a una invitación concreta. Si te identificaste con algo de esto —y si estás dispuesto a mirar hacia adentro— preparé una herramienta simple, pero poderosa: un pequeño ejercicio en PDF para hacer tu propio inventario de frases heredadas. Porque solo cuando identificamos lo que estamos repitiendo, podemos decidir conscientemente qué queremos dejar de decir… y qué sí queremos sembrar.

No es una hoja para llenar como tarea. Es un espacio para ti. Para conversar contigo mismo, con tu pareja, o incluso con tus propios papás si es el momento. Porque todos tenemos frases que nos criaron, pero también tenemos el poder de escribir nuevas.

Descárgalo, tómate un momento, y hazte esta pregunta sin miedo:
¿Cuáles frases viven en mí que no me pertenecen?

Herramienta para descargar

Referencias para profundizar:

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