¿Somos resilientes? ¿Naces o te haces?

Una de las capacidades que más se admira en las personas que sobreviven a un evento traumático y viven para contarlo, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial, donde incluso se vuelven personajes icónicos de la fortaleza y la capacidad de reponernos a la adversidad, es la resiliencia.

Sin embargo, la realidad es que estos personajes son tan emblemáticos y son un marco de referencia porque por desgracia la gran mayoría de las veces, los seremos humanos no nos reponemos a las circunstancias adversas y al contrario, nos victimizamos, culpando a alguien de nuestras vidas y de nuestro “destino”.

¿Pero entonces? ¿Qué es esto de la resiliencia? ¿Es algo que se aprende? ¿Es la genética quien favorece a unos y a otros no? ¿Existe alguna predisposición para poder superar las dificultades que se nos presentan? Bueno, la respuesta es – y para mi sorpresa se podría decir- que sí, que hay una carga genética que favorece la respuesta de ciertos neurotransmisores en el cerebro ante el estrés que favorecen la adaptación y una respuesta positiva ante hechos traumáticos.

¿Qué, qué? Sí, tal cual, hay personas que por su genética responderán mejor que otras. ¡No lo podía creer!

¿Quiere decir que todos los demás estamos condenados a vivir traumatizados y victimizándonos ante los eventos trágicos de nuestras vidas? Bueno amigo, si ya te estabas poniendo tu traje de víctima, ¡ALTO!, la respuesta es NO, e incluso, creo que saber esto, más bien nos debe de dar algo de luz en nuestro camino. ¿Por qué? porque muchas veces juzgamos nuestra depresión, nuestra ansiedad o nuestro estrés, al compararnos con una de estas personas resilientes por naturaleza, y entonces comenzamos a tratarnos de forma injusta al decir “¿por qué a ella le es más fácil?” Si comprendemos esta realidad, podemos decirnos a nosotros mismos “no eres tú, es tu cerebro”.

“¡ Y bueno, pinchi chavalalo, ese no es consuelo!” No, la verdad no lo es, pero podemos dejar de criticarnos y empezar a tomar responsabilidad de cómo reaccionamos ante el estrés y ante esas emociones incómodas.

Y es que hay un dato importante que traeré a la mesa: más que la carga genética, uno de los principales responsables de qué tan resilientes somos, es el ambiente, y no hablando de si hace frío o calor (broma); me refiero a la comunidad, a la familia y a nuestro entorno en el que nos desarrollamos, esta combinación de gen-ambiente forma humanos ¡prácticamente indestructibles, no juegues! Pero ¿cómo tomo y transformo mi ambiente, mi percepción de la realidad, para que me ayude a responder de mejor manera?

La respuesta no es sencilla, pero la verdad, no estás solo, y creo que podemos empezar a trabajar en cuestionar con toda franqueza si estoy asumiendo el rol de protagonista o de víctima en mi vida, ya con el simple hecho de reconocer que estoy responsabilizando a otros de mis propias consecuencias y de la actitud que tomo al respecto, puedo tratar de encontrar los pensamientos o las versiones de los hechos que me sitúan en el papel del indefenso y preguntarme, ¿ahora qué hago con esto?, ¿qué gano con sentirme como me siento? y entonces empezar a generar cambios en mi acción, en mi forma de pensar y comenzar a aprender a sobreponerme de las dificultades que se me presentan.

No somos responsables de las circunstancias, no somos responsables de lo que hacen los demás que puedan incluso estarme afectando, sólo soy responsable de lo que estoy haciendo al respecto, de mis pensamientos y de mi actitud. ¿Quieres ser más resiliente? asume que el dolor es natural, pero el sufrimiento es opcional.

Y si eres de las personas que son resilientes por naturaleza, te invito a no juzgar a quienes no lo son y tratar de ser empático y comprensivo con quienes luchan por adaptarse, superar y ganar cada batalla.